viernes, 29 de marzo de 2013

Muerte Accidental de un Anarquista

Cuando lanzaron a aquel hombre por la ventana,
la Libertad perdió un hijo si,
pero los asesinos perdieron su condición de humanos,
y a cambio se ganaron todo el odio que puede contener
un corazón hecho para amar,
el de los anarquistas,
porque si de algo entendemos es de Justicia.

Que en las briznas de lluvia te volvamos a encontrar, compañero,
que bajo este manto de sueños que en la lucha nos cobija,
la muerte que nos duele, sea el aliento que nos alimente
para construir, de esas otras formas, la realidad.

mi volas ke anarchiko triunfo  ( en esperanto, no se si acertado: "yo quiero que la anarquía triunfe").

Por Giuseppe y por Darío Fo, que supo homenajear como nadie su memoria.

a los poetas malvistos.

Tienen la mirada extasiada en petróleo,
tienen en los dientes fémures de cérvidos
en descomposición, los poète maudit.
con las manos escriben sonatas que invocan a la muerte
con compases imposibles para oboes óseos,
figuras musicales cuya vibración solo percibe el cerebro,
porque el corazón bastante tiene con bombear su placenta de negro plasma.

Son la palabra atemporal, atonal y atomizada
que restriega su infernal semilla en lo que fue fértil y puro,
es el cáncer de lo étero, la huida de la cordura
entre los soportales de la carne, una biopsia a la desesperación,
una trapisonda cruel, donde el lector agónicamente folla con el poeta.

Cruzan en canóas de lomo áspero y puntiagudo desgarrando
las lentas olas de la vida fácil a la que dicen no temer,
paisaje fiel a la sed homosexual de los nervios
no precisamente francesa y espontáneamente apátrida.

Peatones estancados en semilleros, tragaluces del microcosmos del dolor,
son la tersa cintura que perpetúa los gritos trastornados de los niños invisibles,
la enfermedad del perro sin sombra, la lealtad del bar que nunca los acogió definitivamente,
para finalmente burlar al pabellón psiquiatrico que atrapa a los huidos y a los huidizos.

Rescatar a los remordimientos para desafiar a la nostalgia que retrata las pesadillas,
sumergirse en lo lo crudo de la tempestad para aceptarla como es, indomable,
canalizar los medios que a su fin último consagran a los poetas
como deudores de la naturaleza, cuyo ganacial último es ser desposeídos de la locura
o consagrados con el conjunto vivencial de la misma, que la hacen pura, única,
con el sentido pertinente que todos buscan, a la razón de la existencia,
que les lleva una vez más al incipiente despertar de la poesía nuevamente.

Tal vez el crudo en sus miradas, no sean tal vez más que unas manchas, pero de tinta.



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