martes, 19 de junio de 2012

Amarga la noche en tu campanilla.




Se reconocen las gotas de lluvia jóvenes
por  el ocaso de sus arrugas,
ellas pasean en cada brizna de anfetamina
un afán irresistible por recuperar la voz

Duerme a trompicones el sismógrafo de tus pupilas
e imposibilitan una vez más el croché que te tumbe,
vaporosa y sumergida en las rodajas de limón,
“prefiero el ácido que lo amargo de la anfeta”, dices.

Te creo si me mientes en el tiempo, cada noche,
pero detesto que me hagas pasear,
andando o en bicicleta,
por delante de un 24 horas, cuando cierra.

Tengo impaciencia, cuando llego tarde
a la hora de mi salida del trabajo,
porque nunca me gustó trabajar de más
y me dolió mucho echarte de menos.

La lluvia es un poco, lo que te expliqué,
la instigación involuntaria del deseo,
un declive de la sombra por la vida,
tus miradas en mi espalda, la libido.










El agua que se mira a los ojos,
Desincronización en el Electro Encefalograma,
la sequedad de tanta boca abierta y
la humedad de tanta herida sin cerrar.

Brisa de Benzedrina , desequilibrios de presión
bregando  cruelmente con caricias deshilachadas
no hay aguja que cosa, ya no solo su vestido,
si no el pensamiento arbitrario del suicidio.   

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